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Encuentro Surrealista

Un contacto compartió un estado de otro contacto a Facebook. Sentí la necesidad de que todos puedan acceder a este relato.

20 minutos surrealistas acabo de pasar, el la esquina de Av. Belgrano y Saenz Peña, había una mujer que ya me había cruzado en otra oportunidad, el sábado a la tarde al volver de la biblioteca nacional. Sólo tenía libros para ofrecerle cuando me pidió plata para tomar "me voy a emborrachar hasta que no dé más" le di la mano, y cuando le ofrecí los libros ella me echó diciendo "no me vengas con cuentos o con filosofía, no tiene que ver con la realidad que estoy atravesando, go away!! good bye!!" mientras me señalaba con el dedo que siguiera mi recorrido. No insistí, le deseé suerte y seguí hasta mi casa. A los dos minutos salí para dar una clase y ví que ya no estaba en el lugar.
Hoy, dos días después, la encuentro allí mientras caminaba hacia el supermercado, sin reconocerme y en voz alta para que no me escapara me pidió cigarrillos, no tenía ni eso ni cambio así que le dije que compraba y volvía "¿Cuál querés?" le pregunto "esos convertibles sabor menta de diez". No sé por qué no me sorprende su "capricho". Le doy mi palabra de que así lo haría debido a sus reiterados pedidos de promesa. Al volver le doy los cigarrillos, un encendedor que supuse que no tendría y le digo "Soy la piba de los libros, del otro día, te acordás?" prácticamente me forzó a agacharme, tomándome de la mano con firmeza y me señaló su oreja "No te escucho". Cuando al fin me pude comunicar ella comenzó, con ademanes muy teatrales en su cara y manos, a recitar un poema que podría haber jurado era de Lorca, al finalizar me dice que es suyo seguido de un "Touché!" más un juego de choque de manos que me enseñó que va acompañado de dicha palabra. Me instó a "competir" con su poema, le pregunté si quiere que le recite uno de Lorca, pero me dijo, "No, no, mujer! uno tuyo!!", como si alguna vez le hubiera dicho que escribo, le recité uno de mi último libro, el único que me sé, y aún así no lo pude terminar. Al parecer le gustó porque me tomó y besó la mano, como a una dama.
Hablando con ella supe que tiene 59 años, es andaluza con orígenes en Transilvania, del signo Tauro, y se llama Haydée (...) "William Byrd", tiene ojos saltones, pelo rojizo atado, le faltan la mayoría de los dientes por lo que se parecería fácilmente a cualquier bruja de cuento (Blancanieves, especialmente, al momento de hacer el veneno), pero adentrándose sólo en sus ojos se escondía un gesto de súplica, de humanidad. Al despedirme me dijo "soy un alma antigüa, princesa", le respondo que yo también lo soy, a pesar de mi joven envase, que quizás me vea en un rato. Por lo que, con una sonrisa en la cara, de incredulidad, volví a mi casa, busqué un ejemplar de mi libro y preparé el grabador del celular para pedirle que me recite sus poemas e inmortalizarlos.
Al llegar a la esquina la encuentro dormida sobre su bolsa de cosas, a pesar de mis llamados no responde, le dejo el libro bajo el brazo, acaricio su cabeza, hombros y mano y me retiro. No doy diez pasos y veo una combi amarilla que decía 108, me quedé parada ahí hasta que bajara el chofer y pregunté si venían por ella, efectivamente. Aunque yo no había llamado. En esto Haydée empieza a sollozar y muestra una petaca de anís "está mal? no puedo tomar?" dice como una niña. El buen hombre del 108, le contestó con contención "Si te hace bien está bien, hace frío, tomá Anís", y le ofreció frazadas y un asilo. Ella se negó rotundamente "Extraño a mamá y papá" murmuró entre lágrimas. Pidió un té, que no era posible darle, me quedé con ella para calmarla, me agaché y me tomó la mano, estuvimos así casi todo el tiempo.
La situación se tornaba cada vez más irreal. Yo con una mujer desesperada de la calle en una esquina fría y ventosa, la basura arremolinándose entre las baldosas y los cordones de la vereda, dos humildes hombres que intentaban ayudarla, pero ella sólo quería tomarme de la mano y recitar poesías, hablarme del mundo y pidiéndome a su vez que le hable de teoremas, le haga preguntas sobre teología, le diga mi nivel de psicología. Haciendo caso a su petición le pregunté sobre el eterno retorno y me dijo con tono profético (como todo lo que decía): "es bucear, a lo más profundo del alma, para llegar a la más etérea, trasparente, captación de lo que es".
Le dije que nunca iba a morir, "Nunca vamos a morir, porque esto (señala mis piernas) se pudre, lo que queda es la sabiduría, lo que no queda de humano se va a transformar en piedras o en plantas". Dijo que no tuvo hijos para no dejarles este mundo, y como no tiene a nadie espera irse lo antes posible, porque "me chupa un huevo mi vida" decía con dolor. Le prometí que escribiría sobre ella, me miró con los ojos llenos de lágrimas, volví a tomar su mano con fuerza "Me podrías... poner una mano sobre la cabeza?" dice casi al borde del llanto, la acaricio con ternura, me besa la mano "No tengo lepra no te preocupes". Le contesto que ya lo sé, y en caso de que tuviera y fuera contagioso ya no habría marcha atrás. Le ofrezco un abrazo y lo acepta como una niña huérfana, llora en mis hombros, yo agachada en el piso porque ella no se podía levantar por problemas de columna.
Luego de un buen rato se separa de mi con su carácter, su fortaleza y dignidad, me despide con un no confesado agradecimiento, o alivio, por haber encontrado una gota de humanidad en este océano de indiferencia. "Me quedan dos semanas de estar así, por el recurso de amparo". Le pido que sea fuerte "Te cabe alguna duda?" me increpa con humor, "Para nada mujer!". Se quedó con los muchachos del 108 que me agradecieron mi preocupación, sin entender que no fuera mi pariente, vecina o conocida.
Quisiera inmortalizarla, aunque ella piense que quedará en el olvido. Si sólo pudiese saber bien su nombre...
Al encaminarme hasta mi casa sentí la injusticia de tener "cosas que hacer". La escena que acababa de transcurrir habría terminado para mí en 3 horas y para ella sería probablemente la única situación en que se habría sentido escuchada y contenida. Yo sigo con mi vida, mis deberes y pasiones. Ella sólo espera su muerte, su recurso de amparo, sus cigarrillos, su petaca de anís.
"Tus órganos son tu océano, tu mente es un teorema... de ahí, tú, princesa, tienes que saber nadar... y tienes que saber volar. Porque tu mente es para volar, y tus órganos, son para delucidar "
-Haydée, profeta olvidada


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