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La ciudad está apurada

¿Se dieron cuenta ustedes de lo apurada que camina la gente por la calle? Van casi trotando por las veredas, esquivándose unos a otros, evadiendo las miradas, ocupados en pasar el siguiente obstáculo, quise decir, a la siguiente persona. “(…)Y sin embargo se adelantan unos a otros apuradamente, como si no tuvieran nada en común, nada que hacer entre ellos(…)”. Es común que se choquen entre sí, pero ya acostumbrados a las calles abarrotadas de cuerpos siquiera reaccionan, de forma muy similar a lo que describe Poe en “El hombre en la multitud”.
Estos individuos parecieran desconocer los usos de las señales de tránsito, tanto para peatones como para conductores. En otras palabras, ignoran la función del semáforo: un semáforo en verde para el automóvil no le impide cruzar la calle a ese peatón empecinado si hay unos metros de distancia entre auto y auto, siempre se puede cruzar corriendo. Y en seguida está la bocina de ese otro conductor que viene detrás, muy apurado por supuesto. El peatón ya no espera en el cordón para cruzar, sino sobre la calzada. Quedan escondidos detrás de los autos, muchas veces mal estacionados.
Pero cuidado, no es sólo el peatón el que va muy apurado, el conductor también pareciera estar en una eterna carrera contra el tiempo. Ya son conocidas por todos las extraordinarias acrobacias que realizan los motociclistas en una calle abarrotada de techos de metal, ya se trate de una avenida amplia como de una angosta calle interna. ¡Quién pudiera llevar a cabo alguna de sus increíbles hazañas! Pero hay un fenómeno que afecta a todo vehículo por igual, sin discriminar tamaño alguno… El arte de nunca detenerse por completo. ¿Habrá alguna epidemia de daltonismo? Podría afirmar casi con certeza que ya da igual un semáforo en rojo que uno en verde. Ni hablar del ambiguo amarillo, ¡descarado aquél que pensó que existían matices en el arte de manejar!
Pensando mejor entonces, si tanto los peatones como los vehículos circulan apurados por la ciudad… ¿no será que la ciudad está apurada? ¿Por qué?
Me pasa a menudo que una vez que mis  pies se plantan en las veredas de la ciudad, se apuran como si estuviera corriendo una maratón, sin importar de cuánto tiempo disponga para llegar a destino. A menudo tengo que concientizarme y caminar más despacio. Son esos los momentos en que de verdad miro a la ciudad. Y al margen de la belleza incuestionable que posee, lo que veo son figuras que pasan a gran velocidad hacia todas las direcciones. Hasta podría jurar que veo pequeños relojes sobre los hombros de los peatones y en las ruedas de los autos, en eternas cuentas regresivas que los llevan a ir cada vez más rápido.
Estamos tan acostumbrados a cumplir horarios y a realizar una enorme cantidad de tareas en un reducido tiempo, que eso nos lleva a correr aún hasta cuando no es necesario. Indudablemente ese “centro” del que hablaba Beatriz Sarlo no existe más, y lo que representa ahora es la inmensa sede de entidades donde realizar los trámites más importantes –al diablo el federalismo, todos bien sabemos que para lo importante es necesario recurrir a la Capital-.

Quizá en ese acostumbramiento de ir a la ciudad para hacer trámites se perdió un poco el ir al centro a pasear. Los que circulan la ciudad día a día anhelan el fin de semana para alejarse de ese centro que representa una lista infinita de quehaceres laborales, y los que se acercan a sus calles durante la semana se dejan llevar por la masa apurada. ¿Será esa la explicación al fenómeno de la maratón permanente? Me gustaría saber qué gana el qué llega primero.
Paula Bardi
Prof. Inglés Medio Superior - JRF Lenguas Vivas

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NOTA AL PIE: Este es un ensayo que escribí como trabajo práctico final de la cursada, en la materia de Lengua Castella II, cátedra Kristcautsky. Tema: "La ciudad". 

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